martes, 11 de junio de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: Beber o reventar

BEBER O REVENTAR

Llevábamos alrededor de una hora caminando, el guía, entusiasmadísimo, explicaba el porqué de la coloración de la roca número dos millones doscientos diez mil setecientos cuatro que se nos presentaba en la excursión. Lisandro por su parte, ya se había cansado hasta de quejarse, algo muy raro en él, y arrastraba una rama por el suelo dejando una línea cuya longitud era proporcional a la tortura que estaba viviendo. Yo desde hace unos minutos me entretenía pateando una piedrita que, según el guía, era uno de los milagros más impresionantes de la naturaleza.

El lazarillo del contingente seguía deleitándose con la geología del lugar, nos indicó piedras con formas de submarinos, de bochas, de hongos, de ovnis y de la madre Teresa de Calcuta jugando al tejo con Jimmy Hendrix. Lo cierto es que las piedras tenían siempre la indefectible característica de tener forma de algo que habíamos visto antes…  piedras.

- Señor que siente orgasmos cada vez que ve una roca, ¿Le puedo hacer un par de preguntas?

El guía se hizo el desentendido por un momento pero al percibir que el resto del contingente estaba verdaderamente interesado en saber que interrogante plantearía Lisandro, contestó amaneradamente:

- Si, dígame. Señor insoportable.  
- La primera ¿Cuánto falta para terminar la excursión? Estoy a dos pasos de quedarme sin suelas.
- En alrededor de una hora y media estaremos llegando nuevamente a la base. Allí podrán volver a recorrer el Museo o ser trasportados de regreso a la Capital en una de las combis ¿La segunda?
- Si, ¿Por qué carajo se llama Valle de la Luna? Desde que llegamos que el sol me está perforando la nuca ¿Alguna de todas las veces que hizo éste excitantísimo recorrido vio la luna a las cuatro de la tarde? 

Ésta vez el rocamaníaco no sólo no contestó, sino que además se ofendió y no volvió a abrir la boca hasta el momento de despedirse, hecho con el que mi compañero se ganó la simpatía de todo el grupo de turistas.

De regreso en San Juan capital volvimos al rústico motel donde nos alojábamos y nos desmayamos del cansancio. Pasada la medianoche desperté todavía exhausto y con un ataque de necesidades primarias, junté fuerzas para levantarme del sofá y me dirigí al “toilette compartido” de la planta baja. Ya más aliviado, enfilé hacia la tenuemente iluminada escalera mientras observaba la espantosa decoración del lugar, sin dudas al llegar con la luz del día, no habíamos percibido la tenebrosidad de nuestro futuro alojamiento. Los muebles parecían tallados en el Siglo XVII, las lámparas robadas del castillo de Drácula y los retratos que “adornaban” las paredes me erizaban la piel con sólo mirarlos. De haber oído el más mínimo ruido en ese momento habría tenido que volver al baño. 

Amanecimos un par de horas antes del mediodía, bajamos a buscar un par de tostadas húmedas acompañadas de una taza de café quemado y regresamos a la habitación a disfrutar del suculento desayuno. Las mañanas en San Juan son sorprendentemente frescas, y de  calefacción ni hablar, sólo las frazadas con olor a naftalina, por lo que terminamos el café caliente de un golpe como si la taza contuviera tequila. Una vez más en planta baja preguntamos al recepcionista, un viejo pálido, canoso y de mirada profunda que al parecer también era el encargado de la cocina, el mantenimiento, la dirección y la administración del albergue, como llegar al Estadio Ingeniero Hilario Sánchez, sitio donde se disputaría el encuentro entre San Martín de San Juan y Godoy Cruz de Mendoza. De mala gana el viejo nos mostró el recorrido en un plano de la ciudad y partimos rumbo al clásico cuyano.

Ingresamos al estadio alrededor de una hora antes del inicio del partido y ya se encontraba colmado por aproximadamente veinte mil personas lo que nos causó una grata sorpresa, junto con la, vale la pena mencionarla, prolijidad de las sesentañeras instalaciones. Comenzado el clásico, Lisandro y yo comprendimos porque San Juan lleva el apodo de “La ciudad del sol”, antes de los quince minutos ya habíamos gastado todo el contenido de nuestras billeteras para comprar media docena de botellas de agua mineral. Precavidos de que no nos quedaba un peso reservamos medio litro para cuando el calor fuera totalmente inaguantable.

Merodeando el final del primer tiempo, mientras observaba el trabado encuentro, sentí el peso de una mano en mi hombro izquierdo, al voltear me encontré con una mujer  de pelo oscuro vestida de un marrón de tono rojizo que sorprendentemente cargaba a un pequeño niño en medio de la popular, me pidió por favor un trago de agua y si bien jamás me caractericé por mi solidaridad, me apiadé de ella y le cedí amablemente la botella. En ése momento San Martín tuvo una chance clarísima de gol y el “¡Uuh!” de la tribuna local me obligó a dirigir la mirada inmediatamente hacia el campo de juego, al volverla hacia mi izquierda la mujer ya no se encontraba a mi lado, una extraña sensación recorrió mi cuerpo, intenté recordar su rostro sospechando haberlo visto antes, pero no lo logré ¿Quién era? –preguntó Lisandro.
- Ni idea, quería agua.
- ¿Se la diste?
- Y si, era una mujer con un nene en brazos.
- Estoy orgulloso de vos pero ni en pedo te doy de la mía.

Empacamos nuestras pertenencias y comenzamos a descender por última vez las rechinantes escaleras de madera, cuando sólo tres escalones me separaban del suelo, volteé hacia la pared y me quedé paralizado, una evocación de escalofríos recorrió mi espalda de punta a punta, me temblaron las piernas y las manos, quedé petrificado, estupefacto como quien ve una sombra en medio de la noche. En uno de los viejos cuadros se encontraba inmortalizado un retrato de una mujer idéntica a la que me suplicó el trago de agua en la popular, y lo que era más escalofriante aún, en sus brazos cargaba a un pequeño lactante. Mi parálisis fue totalmente completa cuando viré mis ojos hacia en el extremo inferior derecho de la pintura, en él se encontraba claramente caligrafiada la leyenda “A la difunta Correa, San Juan 1841”. 

Aterrado, me esforcé por convencerme de que lo sucedido no fue más que un sueño, pero desistí casi al instante, antes de abandonar el motel tomé el periódico que descansaba en el mostrador de la recepción y leí la crónica del partido. Era exactamente igual a la que recordaba haber atestiguado.   

 Y si, el fútbol también es creer. 

Por Rawson


3 comentarios:

  1. MUY BUEEEEENO!!!!!! es una suerte poder decir que sos mi amigo

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  2. Me gusto. muy sanjuanina la difunta, el valle de la luna y mi querido San Martin.

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