LA HERMOSA ROSARIO
Lisandro despertaba de su descanso, la incomodidad del
asiento de acompañante del Corsario no había sido impedimento para privarlo de
su siesta, y apenas abriendo los ojos observó mi pálido y preocupado rostro y preguntó:
-
¿Todo bien?
Dudé un momento, pero preferí omitir lo recién sucedido, mi cansancio y
falta de sueño me habían hecho relajarme demasiado y me dormí por un segundo.
Cuando volví a abrir los ojos, me encontré con las luces de un Scania justo en
frente nuestro, por suerte llegué a dar el volantazo que evitó la colición.
-
Sisi, todo bien. Estoy cansado, no veo la hora
de llegar.
Si Lisandro se hubiera enterado habría desatado un
encadenamiento de insultos que abarcaría el resto del viaje, pero nunca lo
supo, por lo que tomó su morral, relleno de al menos 10 kilos de Cortázar, lo
acomodó como almohada y reanudó su sueño.
Alrededor de una hora después, ya nos encontrábamos en
Rosario rumbo al Gigante de Arroyito.
La idea de
presenciar el clásico rosarino desde la parcialidad visitante nos había
tentado, pero priorizamos eludir el ya muy conocido maltrato policial que
reciben los comités visitantes cada vez que presencian un encuentro desde la
parcialidad minoritaria, y nos convencimos de pagar un dineral por observar el
encuentro desde la popular de Central.
Los equipos fueron recibidos con una conmovedora fiesta
al salir al campo y ni bien comenzado el partido, desde un córner llegó el gol
de Central, el estadio explotó en un alarido de festejo que duraría sólo 15
minutos, tiempo que le tomó a Newell’s llegar al empate a través de un penal.
El encuentro terminó igualado como de costumbre, pero no fue el partido lo que
capturó mi mayor atención, fue Lisandro.
Unos minutos antes al comienzo del match empecé a sentir
que Lisandro estaba ajeno al marco en el que nos encontrábamos, lo notaba
distraído, pero a la vez concentrado, concentrado en algo que yo no estaba
percibiendo. Su mirada giraba de un lado hacia otro como si observara un
partido de tenis, uno de los puntos en los que se detenía era obviamente el
césped en el que se desarrollaba el clásico, pero ¿Cuál era el otro? ¿Qué era
más importante en ése momento que ver Central-Newell’s? De a poco su mirada se
fue dirigiendo cada vez menos hacia la cancha, hasta que en un momento se posó
únicamente en la dirección ajena al partido ¿Qué estaba pensando? ¿Estaría
preocupado, triste, arrepentido de haber venido? ¿Habría sucedido algo que no
sólo era lo suficientemente importante para preocuparlo sino también para no
contármelo? No me animé a preguntar.
Con el gol de Central la tribuna fue un revuelo, los
empujones y abrazos nos hicieron perder la posición en la que nos encontrábamos
al principio, lo cual no significó nada para mí, pero si para Lisandro, comenzó
a girar su cabeza en todas las direcciones posibles, desesperado, desencajado,
fuera de sí, como si hubiera perdido algo.
Hasta que volvió a detenerse dirigiendo otra vez su mirada en un punto similar, pero no idéntico, al anterior ¿Qué había allí? ¿Qué le estaba robando toda su atención? Comprendí que no era algo que había sucedido, no estaba preocupado, triste ni arrepentido, lo importante era la dirección de su mirada, algo que estaban viendo sus ojos no estaba siendo percibido por los míos, me comencé a impacientar hasta enajenarme yo también de lo que pasaba en el verde césped ¿Qué había allí? Estiré mi cuello hacia arriba intentando encontrar aquélla distracción, pero Lisandro es significativamente más petiso que yo, por lo que observar desde una altura mayor no tenía ningún sentido.
Hasta que volvió a detenerse dirigiendo otra vez su mirada en un punto similar, pero no idéntico, al anterior ¿Qué había allí? ¿Qué le estaba robando toda su atención? Comprendí que no era algo que había sucedido, no estaba preocupado, triste ni arrepentido, lo importante era la dirección de su mirada, algo que estaban viendo sus ojos no estaba siendo percibido por los míos, me comencé a impacientar hasta enajenarme yo también de lo que pasaba en el verde césped ¿Qué había allí? Estiré mi cuello hacia arriba intentando encontrar aquélla distracción, pero Lisandro es significativamente más petiso que yo, por lo que observar desde una altura mayor no tenía ningún sentido.
Unos momentos más tarde, justo unos segundos antes de que
la duda termine de incendiar mi cerebro, conseguí hallar aquello que lo había atrapado
durante todo el partido. Se me dibujó una sonrisa en mi cara al mismo tiempo
que mi cabeza se movía de lado a lado y me preguntaba ¿Cómo no se me ocurrió,
como no lo vi, antes? Observando, cantando y saltando en la tribuna se
encontraba una rubia pechugona de ojos claros que al parecer pudo con un
coincidente y casual cruce de miradas obsesionar a Lisandro. Una vez finalizado
el partido, sin que yo pronunciara una sola palabra, Lisandro volteó hacia mí y
abrió la boca por primera vez desde que subimos a la popular:
-
¿Viste lo que es? Estoy enamorado.
-
Es hermosa sí, pero… ¿Te acordás a que vinimos
acá no? Acabamos de ver uno de los clásicos más importantes del país y del
continente y todavía no tenemos la más mínima idea de lo que es el fútbol.
-
¿Cómo que no? Vos no sabrás, yo sí. En la rubia
encontré la respuesta que el Bambino repite hace años.
-
¿Eh? ¿Qué Bambino? ¿Veira? ¿Qué dijo? ¿Qué es el
fútbol Lisandro?
-
El fútbol es… belleza Drumond, belleza.
Por Rawson
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