domingo, 12 de mayo de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: La hermosa Rosario

LA HERMOSA ROSARIO

Lisandro despertaba de su descanso, la incomodidad del asiento de acompañante del Corsario no había sido impedimento para privarlo de su siesta, y apenas abriendo los ojos observó mi pálido y preocupado rostro y  preguntó:
-          ¿Todo bien?
Dudé un momento, pero preferí  omitir lo recién sucedido, mi cansancio y falta de sueño me habían hecho relajarme demasiado y me dormí por un segundo. Cuando volví a abrir los ojos, me encontré con las luces de un Scania justo en frente nuestro, por suerte llegué a dar el volantazo que evitó la colición.
-          Sisi, todo bien. Estoy cansado, no veo la hora de llegar.

Si Lisandro se hubiera enterado habría desatado un encadenamiento de insultos que abarcaría el resto del viaje, pero nunca lo supo, por lo que tomó su morral, relleno de al menos 10 kilos de Cortázar, lo acomodó como almohada y reanudó su sueño.

Alrededor de una hora después, ya nos encontrábamos en Rosario rumbo al Gigante de Arroyito.

 La idea de presenciar el clásico rosarino desde la parcialidad visitante nos había tentado, pero priorizamos eludir el ya muy conocido maltrato policial que reciben los comités visitantes cada vez que presencian un encuentro desde la parcialidad minoritaria, y nos convencimos de pagar un dineral por observar el encuentro desde la popular de Central.

Los equipos fueron recibidos con una conmovedora fiesta al salir al campo y ni bien comenzado el partido, desde un córner llegó el gol de Central, el estadio explotó en un alarido de festejo que duraría sólo 15 minutos, tiempo que le tomó a Newell’s llegar al empate a través de un penal. El encuentro terminó igualado como de costumbre, pero no fue el partido lo que capturó mi mayor atención, fue Lisandro.
Unos minutos antes al comienzo del match empecé a sentir que Lisandro estaba ajeno al marco en el que nos encontrábamos, lo notaba distraído, pero a la vez concentrado, concentrado en algo que yo no estaba percibiendo. Su mirada giraba de un lado hacia otro como si observara un partido de tenis, uno de los puntos en los que se detenía era obviamente el césped en el que se desarrollaba el clásico, pero ¿Cuál era el otro? ¿Qué era más importante en ése momento que ver Central-Newell’s? De a poco su mirada se fue dirigiendo cada vez menos hacia la cancha, hasta que en un momento se posó únicamente en la dirección ajena al partido ¿Qué estaba pensando? ¿Estaría preocupado, triste, arrepentido de haber venido? ¿Habría sucedido algo que no sólo era lo suficientemente importante para preocuparlo sino también para no contármelo? No me animé a preguntar.

Con el gol de Central la tribuna fue un revuelo, los empujones y abrazos nos hicieron perder la posición en la que nos encontrábamos al principio, lo cual no significó nada para mí, pero si para Lisandro, comenzó a girar su cabeza en todas las direcciones posibles, desesperado, desencajado, fuera de sí, como si hubiera perdido algo. 

Hasta que volvió a detenerse dirigiendo otra vez su mirada en un punto similar, pero no idéntico, al anterior ¿Qué había allí? ¿Qué le estaba robando toda su atención? Comprendí que no era algo que había sucedido, no estaba preocupado, triste ni arrepentido, lo importante era la dirección de su mirada, algo que estaban viendo sus ojos no estaba siendo percibido por los míos, me comencé a impacientar hasta enajenarme yo también de lo que pasaba en el verde césped ¿Qué había allí? Estiré mi cuello hacia arriba intentando encontrar aquélla distracción, pero Lisandro es significativamente más petiso que yo, por lo que observar desde una altura mayor no tenía ningún sentido.

Unos momentos más tarde, justo unos segundos antes de que la duda termine de incendiar mi cerebro, conseguí hallar aquello que lo había atrapado durante todo el partido. Se me dibujó una sonrisa en mi cara al mismo tiempo que mi cabeza se movía de lado a lado y me preguntaba ¿Cómo no se me ocurrió, como no lo vi, antes? Observando, cantando y saltando en la tribuna se encontraba una rubia pechugona de ojos claros que al parecer pudo con un coincidente y casual cruce de miradas obsesionar a Lisandro. Una vez finalizado el partido, sin que yo pronunciara una sola palabra, Lisandro volteó hacia mí y abrió la boca por primera vez desde que subimos a la popular:
-          ¿Viste lo que es? Estoy enamorado.
-          Es hermosa sí, pero… ¿Te acordás a que vinimos acá no? Acabamos de ver uno de los clásicos más importantes del país y del continente y todavía no tenemos la más mínima idea de lo que es el fútbol.
-          ¿Cómo que no? Vos no sabrás, yo sí. En la rubia encontré la respuesta que el Bambino repite hace años.
-          ¿Eh? ¿Qué Bambino? ¿Veira? ¿Qué dijo? ¿Qué es el fútbol Lisandro?
-          El fútbol es… belleza Drumond, belleza.


Por Rawson





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