jueves, 4 de julio de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: Fútbol secreto, universal y obligatorio

La charla andaba por unos de esos temas que llaman a la reflexión interna cuando todo sucedió.  Drumond, que siempre es de andarse con rodeos, esta vez había sido francamente incisivo y sin dudarlo me preguntó si ya andaba extrañando. Yo, consciente de que debía contestar con una verdad lo suficientemente sincera  y a la vez diplomática, abandoné en la luneta un modestísimo ejemplar de “El túnel” de un modo tan pulcro que el mismo Sábato se hubiera sentido alagado ¿A qué venía ésa pregunta? ¿Qué pretendía que le contestara? La ruta 9 nos había deparado un viaje ameno y la quietud de los paisajes santiagueños se tornaba propicia para los diálogos amistosos.  Diálogos que, debido a la profundidad de los mismos, me habían agarrado un tanto por sorpresa. Me tomé mi tiempo para pensar lo que debía decir, quería corresponderle si él también extrañaba a su familia, a su novia, sus otros amigos, su vida de siempre, porque yo también lo hacía con los míos pero a la vez, no quería hacer sentir mal al compañero con quien había vivido tantos momentos ni echar por la borda el proyecto que juntos habíamos forjado, por culpa de un exceso en mis palabras. La realidad era que el viaje había sido una experiencia realmente inolvidable donde la pasión por el fútbol estaba  aflorando de una nueva manera y, sumado a esto, sentía que todavía no tenía que terminar, no habíamos encontrado el verdadero significado del fútbol y por lo tanto el viaje debía continuar. 

En estos ensimismamientos me encontraba cuando, de repente, Drumond detuvo el auto.  Y no sólo él, también un Ford parado un poco más adelante, un Renault a la derecha, un Citroën a la izquierda y una abundante cantidad de coches más detenidos en esa inusual ruta de Santiago del Estero.  Si la charla con Drumond hubiera podido extenderse y la oportunidad de enumerar las cosas que no extrañábamos de la ciudad se nos hubiese presentado, claramente los cortes de ruta encabezarían aquella lista. En éste caso, por no contar con un apuro significativo, decidimos aguardar dentro del Corsario sabiendo que poco de lo que hagamos podía favorecer a la resolución del conflicto. Así que allí estábamos, entre frustrados y aburridos, cuando se oyó el grito desgarrador de una mujer. Casi automáticamente Drumond se bajó del coche para convencerse de que el número de automóviles que estaban allí detenidos era realmente grande. Al principio de la fila, se podía divisar a un grupo de no más de cien personas agitando unas banderas y haciendo sonar bombos. Entre todos ellos, una señora rubia, de altura media, lloraba y gritaba desencajada.  

Nos acercamos a paso lento pero decidido, confirmando con cada aproximación que el ruido de la percusión era llamativamente intenso y que había sido obra de un milagro el haber escuchado las quejas de aquella pobre mujer. Cuando llegamos a ella estaba totalmente fuera si, insultando a quien parecía ser el jefe de la manifestación. Algunas de las pocas mujeres que eran parte del corte la separaron con empujones a lo que ella respondía con más agravios. Drumond, el menos miedoso de los dos, se animó a romper nuestro silencio dirigiéndose al supuesto cabecilla:

- ¿Qué pasó jefe?
- No te metas pibe, mejor volvé al coche.

Curiosos pero no zonzos, terminamos ahí nuestro dialogo con el líder del curioso piquete y nos dirigimos a la señora que se lamentaba en el mismo momento que la policía se hacía presente en el lugar.  Ésta vez me tocaba a mí abrir el dialogo y lo hice con la parquedad propia de quién nunca ha tenido demasiado éxito con el sexo opuesto:

- ¿Qué le pasa señora?
- Mi hijo, está en el auto volando de fiebre y estos hijos de puta no me dejan pasar. No se qué hacer, estoy desesperada.

Unos minutos después un par de oficiales tomaron conocimiento de este particular asunto y llamaron al líder piquetero que tan mal nos había tratado a nosotros y a aquella pobre mujer. Después de hablar unos cuantos minutos apartados en la banquina, el jefe del operativo policial y el mandamás de la manifestación se dieron la mano. Una vez de nuevo en la ruta, el cabecilla hizo una seña para que su gente se abriera y dejaran pasar al auto que transportaba al chico enfermo. La señora no tuvo tiempo de agradecer pero en su cara habían vuelto los colores que nadie le conocía y un gesto de absoluta satisfacción le ocupó el rostro. Al ver perderse el auto en el horizonte, el piquetero se dirigió directamente al comisario:

- Mira que esto lo hago para no traerte bardo a vos nada más, eh. Por mí, que el pibe se muera y le explote el quilombo a Conte. Nosotros vamos a full con Fontana.

Una vez levantado el corte seguimos nuestro viaje hasta la ciudad de Santiago del Estero con los n misteriosos mencionados nombres, Conte y Fontana, retumbándonos en la cabeza. El misterio tardó poco en develarse ya que al entrar a la capital fue imposible dejar de conocer quiénes eran esos dos personajes. Para donde quiera que corriéramos la vista: Ya sean paredes, postes, garitas, teléfonos públicos, se podían apreciar sus rostros sonrientes en unos coloridos volantes publicitarios. Ya en el centro, las figuras se magnificaron y no se limitaban a unos folletos tamaño cuadernillo sino que las imágenes del “Gordo Conte” y del “Perro Fontana” se dejaban ver en amplísimos carteles con sus respectivas leyendas. Por un lado Conte era “Su intendente”, mientras que Fontana  respondía a “Su elección de confianza”.

Lejos de querer inmiscuirnos en la contienda electoral (cosa que indirectamente en el futuro se nos haría imposible),  decidimos que lo mejor era prepararnos para el clásico de Santiago del Estero entre el Club Atlético Mitre y el Club Atlético Central Córdoba, ambos pertenecientes a la pintoresca capital de la provincia.

La tarde se prestaba para vivir cómodamente el clásico, la temperatura era agradable y unas cuantas nubes nos protegían del incipiente sol santiagueño. El partido también contribuía, ambos equipos nos sorprendieron gratamente con sus estilos ofensivamente bielsistas, que combinados con unas defensas honestamente impresentables y mediocampistas totalmente desaparecidos formaban un cóctel decididamente entretenido.    

Pero una vez más, las respuestas se encontraban de la línea de cal para afuera. La barra de Central Córdoba nos sorprendió al canto de “Conte, compadre…” (Ya todos sabemos cómo termina la famosa rima) y la sorpresa fue a un mayor cuando divisamos entre tirantes blancos y negros al “Perro Fontana”, el piquetero que nos había demorado en la ruta, parado en uno de los paravalanchas. Los aurinegros no tardaron en responder, “Che Fontana, che Fontana, que amargado se te ve, Conte es el Intendente, y va serlo otra vez”. Póker de ases, la carta que nos faltaba cayó en la mesa y estábamos en condiciones de apostar todo a que el clásico en el que nos encontrábamos poco tenía que ver con el Central Córdoba y el Mitre, le encontramos una nueva acepción al término “partido político”, no se estaba disputando un encuentro futbolístico, se estaba disputando una elección que finalizó 2 a 2 por lo que la “Copa Ciudad” debía decidirse en una especie de “Ballotage de penales”. 

Increíblemente, Central Córdoba que militaba en una categoría más alta y había jugado un poco mejor, mandó los primeros tres penales al alambrado, los pateadores de Mitre, en cambio, habían acertado sus dos primeros disparos y su 10 y figura acomodaba la pelota en el punto penal para liquidar el partido, o la elección, ya me cuesta distinguirlos. En ése mismo momento, la barra de Fontana logró terminar de descocer el alambrado y entró en bandada al campo de juego a agredir a los jugadores de Mitre, los primeros en avivarse juntaron a sus compañeros e intentaron llegar corriendo al vestuario en un intento inútil, los barras de Central los “emboscaron” en la manga y los hicieron cobrar de lo lindo hasta el momento en que, enfurecidos, los violentos del Mitre lograron también culminar su boquete e ingresaron al césped al rescate de sus golpeados jugadores.

A los pocos segundos, nos encontrábamos en presencia de un enfrentamiento digno de la recreación fílmica de la batalla de Stirling con la exagerada dirección de Quentin Tarantino, entre una maraña de matungos sacudiéndose hasta el hartazgo volaban butacas, piedras, palos, fierros y vaya a saber uno que cosas más bajo la atenta y pasiva mirada de la policía que esperaba su ingreso a escena detrás de los carteles de publicidad. Cuando por fin “La ley” entró en acción y el desbande fue aún mayor, nos encontrábamos parados en una popular totalmente desierta (Los violentos se encontraban en el campo y los demás habían huido despavoridamente a sus hogares). Mi compañero que permanecía boquiabierto desde hacía unos minutos, tosió para desroncar su voz, probablemente por estar al borde de las lágrimas, y me comentó:

- A veces me da vergüenza, está todo contaminado.

- ¿Y qué esperabas Drumond? El fútbol es poder.


Por Sarra y Rawson

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