miércoles, 29 de mayo de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: ¡Y pegue, y pegue!

¡Y PEGUE, Y PEGUE!

Llámenlo destino, fatalidad, estrella, designio o como a ustedes mas le guste, lo cierto es que habíamos salido preparados para esto. Es sabido que  el nudo de la historia es una madeja de sorpresas impronosticables por más que se esté tratando con uno de los finales más previsibles. Como aquel partido en que el equipo de tus amores (siempre penando en mitad de tabla) se enfrenta al campeón defensor, invicto y fiel cumplidor de la inexpugnable “regla de las tres G”. Al fin se produce la tan fatídica goleada. El resultado es esperable pero el tramite del partido se transforma en un calvario tan personal que no hay forma de anticiparlo.


Se desconoce si este preámbulo sirve para graficar, a modo de paralelismo, el hecho de haber terminado detenidos en la comisaria 2da de la ciudad de Cipoletti, provincia de Rio Negro, pero de todas formas se intentara detallar los pormenores de esta experiencia por mas pudorosa que esta pueda resultar.

Tanto Drumond como yo nunca hemos sido amantes de los servicios  de “acompañantes”.  Ya sea por timidez, por que ocasionalmente nuestras necesidades fisiológicas han estado bien cubiertas o por entender el flagelo social y personal que suelen suponer este tipo de actividades, pero nuestra estadía en el “Cats - Bar” fue impropia desde el comienzo.  La ruta 151 se nos había hecho larguísima, a mí por haberme quedado sin más para leer que  una infantil biografía de Ernest Hemingway y a Drumond  debido a un ataque de mal humor generado por la falta de servicio para celular que aquejaba a la zona hacia ya varios kilómetros. En este contexto el Corsario se detuvo en la primera isla de la estación de servicio para terminar estacionado a 200 metros del  tan poco llamativo “bar”, distancia que recorrimos a pie.

“Cats”, el piringundín con el nombre más sugerente que hubiera imaginado en mi vida, era el típico antro de ruta en que los camioneros tenían parada doble: Barra y cama. Nosotros nos inclinamos por un pleno a la primera opción.  Nos sentamos en  una de las mesas que estaban pegadas al billar e hicimos señas al mozo.  El ambiente era hostil y espeso,  seguramente la casa no estaba acostumbrada a recibir forasteros y nosotros éramos lo mas forastero que habían visto en su vida. Nos sirvieron un par de cervezas de mala gana y nosotros las pagamos sin chistar. Aunque el panorama parecía caldeado la música era considerablemente buena así que nos quedamos bastante mas de lo pensado tomando algunas cervezas que no estaban en nuestros planes. En la flor de la cuarta cerveza Drumond me hizo un gesto que tuve que interpretar como que se levantaba para ir al baño.  Él abandonó la mesa y yo me quede escribiendo un mensaje de texto a la única mujer en el mundo a la que parecía interesarle saber si había sido secuestrado por extremistas talibanes: Mi vieja.

Obviamente el mensaje no pudo ser enviado debido a la falta de cobertura que tenia el lugar pero mi empecinamiento por hacerlo solo se vio interrumpido por la imagen de Drumond volando por el salón y cayendo de bruces contra el suelo.  Pasmado, vi como se levantaba en un estado semiconsciente y volvía al lugar que había sido despedido, ahí mismo lo esperaban tres camioneros del mayor pesaje que pudiera encontrarse en cualquier organización de boxeo. Cuando Salí de mi ensimismamiento no dude un segundo mas en saltar al campo de batalla detrás de mi colega, no sin dejar de correr peor suerte que este, pues nuestros rivales no escatimaron en golpes contra mi endeble humanidad. La contienda se había tornado tan despareja que, repasándola  fríamente, debimos haberle generado lastima a los neutrales clientes del cabaret.  
 Si en algún momento mencioné que no creía en Dios ahora tengo que redimirme ante su mismísima personificación, el subcomisario Reta, que intervino segundos antes de que aquellos mastodontes nos transformaran en difuntos prostibularios. 

Ya en el patrullero que nos condujo casi amablemente a la comisaria, íbamos tan callados como borrachos. La realidad es que Reta había pasado casi de casualidad por la puerta del bar, ya que habían denunciado un robo inexistente en la estación de servicio donde unas horas antes habíamos cargado combustible. Luego de hacer las preguntas de rigor en aquel lugar no tuvo más remedio que pasar por la puerta de aquel  antro donde ya se escuchaban los desmanes.
Una vez incómodamente alojados en la celda tuve la fatídica idea de preguntarle a Drumond, que todavía estaba entre dormido y desorientado, cual había sido el motivo que generó semejante batahola. Su respuesta no pudo enorgullecerme más abiertamente: 
- ¿Qué querías que haga? Decían que Bielsa es un fracasado. No me pude aguantar.
Si no hubiera sido porque las esposas ya estaban cumpliendo su labor lo hubiera abrazado en el mismísimo calabozo.

Después de realizar varios trámites y que el subcomisario se convenciera de que estábamos solo de paso y no teníamos antecedentes, pudimos al fin salir de la seccional. Lamentablemente nos habíamos perdido ya el clásico de la localidad entre el Club Cipolletti y  el Social San Martin. Por lo que pudimos leer en un bar céntrico (lejos de la complicada atmosfera de “Cats”) que en el partido de ayer se había producido un hecho muy curioso. Parece ser que en su gran mayoría, los jugadores de San Martin conformaban un plantel bastante entrado en años por lo que dejaban relucir algunas incipientes cabezas calvas (y otras no tan incipientes, agregaba el articulo). Por otro lado, los del Club Cipolletti, debido a una huelga laboral que se generó en una de las fábricas más importantes de la ciudad y que empleaba a la mayoría de los jugadores titulares, no pudieron presentar a sus estandartes en el tan esperado clásico, por lo que tuvieron que recurrir a las divisiones inferiores.  No es novedoso el nefasto ritual estético que deben experimentar los jóvenes que hacen  su presentación en la primera división, por esto,  y sumado a la condición que el paso del tiempo propiciaba a los rivales, el cronista tituló al encuentro, haciendo gala de una imaginación un tanto árida, como el “el clásico de los pelados”.

 Drumond no hizo mucho caso a esta particularidad y me pidió que abaldonemos ese lugar cuanto antes. Por mi parte me  las ingenié para llevarme el diario del bar porque me interesaban ese tipo de curiosidades y porque sabía que era lo único que iba a leer hasta encontrar alguna librería decente.

 Cuando por fin pudimos ir en busca del Corsario que, como nosotros, tenía un par de machucones producto de los rencorosos camioneros que no comulgaban con el “bielsismo” caímos en la cuenta de que el futbol es pegar… Y también recibir.


Por Sarra

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